lunes, 19 de enero de 2015

Siempre fueron unos monstruos los hermanos Kouachi?

Ayer leí un reportaje sobre la infancia de los hermanos Kouachi, los dos autores de la matanza del Charlie Hebdo. Como a todos, me han aterrado esas ejecuciones crueles y absurdas. Cuando me enteré de lo que había pasado, me quedé petrificada. Sideración. Ira. Sólo después, llegaron las preguntas. No me pregunté en qué habían fallado los servicios secretos y de seguridad franceses, ni cómo, como parece ser, cualquiera puede comprar armas de guerra con la misma facilidad que si fueran barras de pan. No. Me pregunté en qué la sociedad había fallado para que dos hombres perpetrasen tal masacre, sea en nombre de dios, de la santa patria, o del erizo que vive en el jardín de mi vecino. Cómo podían haber concentrado tanta ira como para matar a doce personas, sea cual sea el pretexto utilizado para ello. Pensé: incultura, ignorancia… Pensé: exclusión social, abandono emocional…

El reportaje sobre la infancia de los “frères Kouachi” da algunas respuestas: ellos no tuvieron padre, su madre tuvo que prostituirse y acabó suicidándose cuando tenían 10 y 12 años. Los dos niños encontraron el cuerpo. Vivían en un inmueble de miseria en el norte de París, abandonado hasta por los trabajadores sociales, donde, sin la protección de unos padres atentos, sufrieron vejaciones por parte de algunos vecinos. Acabaron en un centro de acogida para huérfanos. 

No les estoy buscando excusas. Yo también me llené de ira y tristeza después del atentado y me he sentido rara toda la semana. Por la muerte de estos inocentes, y por la sensación de que unos fanáticos nos están intentando imponer una mordaza de miedo a todos.

Pero esto no impide buscar explicaciones (que no justificaciones). Los hermanos Kouachi crecieron en un ambiente muy propicio para su hundimiento. Esto no quiere decir que no sean responsables de sus actos y que lo que hicieron no sea intolerable, injustificable, y otros términos en “in…able”. Pero, como preguntaba una mujer que los conoció de niños en el reportaje: “ Con una infancia feliz, hubieran acabado siendo terroristas? ”. No basta con pasar una infancia dura para convertirse en terrorista. Menos mal! Pero claramente, el radicalismo se nutre de esto: el desapego social, la miseria, la falta de amor…


No soy especialista en terrorismo o en seguridad nacional, ni mucho menos. Pero me da la impresión de que para luchar contra el terrorismo que nace en nuestros barrios, no basta con vigilar nuestras conversaciones en internet o escanear cada centímetro cuadrado de nuestros cuerpos y maletas en los aeropuertos. Se requiere un trabajo de fondo por parte de la sociedad para que núcleos de pobreza extrema como el inmueble en el que crecieron los hermanos Kouachi no queden abandonados a su suerte. El Estado tiene que amparar a los niños en situación de miseria o precariedad social. Evidentemente, un Estado no puede dar ese amor del que todos necesitamos para crecer, pero puede dar protección. Ya es algo, aunque insuficiente. El Estado no debe abandonar a niños como los hermanos Kouachi. También la escuela pública y laica es un pilar esencial para la convivencia. Claro, no se puede sustituir a la familia en su papel de educadora, como bien lo cuenta una profesora de las afueras de París. Sin embargo, la escuela sigue siendo un arma bastante potente contra la ignorancia y la intolerancia. Para que los niños no se decanten por interpretaciones rápidas y maniqueas del mundo, de las que se nutren los radicalismos de todo tipo, y acepten que el mundo es complejo, que nada es todo negro o blanco. Para que puedan desarrollar su capacidad a pensar libremente y no desperdicien la oportunidad de hacerlo.