Ayer leí
un reportaje sobre la infancia de los hermanos Kouachi, los dos autores de la matanza del Charlie Hebdo. Como a
todos, me han aterrado esas ejecuciones crueles y absurdas. Cuando me
enteré de lo que había pasado, me quedé petrificada. Sideración. Ira. Sólo
después, llegaron las preguntas. No me pregunté en qué habían fallado los
servicios secretos y de seguridad franceses, ni cómo, como parece ser,
cualquiera puede comprar armas de guerra con la misma
facilidad que si fueran barras de pan. No. Me pregunté en qué la sociedad había
fallado para que dos hombres perpetrasen tal masacre, sea en nombre de dios, de
la santa patria, o del erizo que vive en el jardín de mi vecino. Cómo podían haber
concentrado tanta ira como para matar a doce personas, sea cual sea el pretexto
utilizado para ello. Pensé: incultura, ignorancia… Pensé: exclusión social,
abandono emocional…
El reportaje
sobre la infancia de los “frères Kouachi” da algunas respuestas: ellos no
tuvieron padre, su madre tuvo que prostituirse y acabó suicidándose cuando
tenían 10 y 12 años. Los dos niños encontraron el cuerpo. Vivían en un inmueble
de miseria en el norte de París, abandonado hasta por los trabajadores
sociales, donde, sin la protección de unos padres atentos, sufrieron vejaciones
por parte de algunos vecinos. Acabaron en un centro de acogida para huérfanos.
No les estoy buscando excusas. Yo también me llené de ira y tristeza después del atentado y me he sentido rara toda la semana. Por la muerte de estos inocentes, y por la sensación de que unos fanáticos nos están intentando imponer una mordaza de miedo a todos.
No les estoy buscando excusas. Yo también me llené de ira y tristeza después del atentado y me he sentido rara toda la semana. Por la muerte de estos inocentes, y por la sensación de que unos fanáticos nos están intentando imponer una mordaza de miedo a todos.
Pero esto no
impide buscar explicaciones (que no justificaciones). Los hermanos Kouachi
crecieron en un ambiente muy propicio para su hundimiento. Esto no quiere decir
que no sean responsables de sus actos y que lo que hicieron no
sea intolerable, injustificable, y otros términos en “in…able”. Pero, como
preguntaba una mujer que los conoció de niños en el reportaje: “ Con una
infancia feliz, hubieran acabado siendo terroristas? ”. No basta con pasar una
infancia dura para convertirse en terrorista. Menos mal! Pero claramente, el
radicalismo se nutre de esto: el desapego social, la miseria, la falta de
amor…
No soy
especialista en terrorismo o en seguridad nacional, ni mucho menos. Pero
me da la impresión de que para luchar contra el terrorismo que nace en nuestros
barrios, no basta con vigilar nuestras conversaciones en internet o escanear
cada centímetro cuadrado de nuestros cuerpos y maletas en los aeropuertos. Se
requiere un trabajo de fondo por parte de la sociedad para que núcleos de
pobreza extrema como el inmueble en el que crecieron los hermanos Kouachi
no queden abandonados a su suerte. El Estado tiene que amparar a los niños en
situación de miseria o precariedad social. Evidentemente, un Estado no puede
dar ese amor del que todos necesitamos para crecer, pero puede dar
protección. Ya es algo, aunque insuficiente. El Estado no debe abandonar a
niños como los hermanos Kouachi. También la escuela pública y laica es un pilar
esencial para la convivencia. Claro, no se puede sustituir a la familia en
su papel de educadora, como bien lo cuenta una profesora de las afueras de París. Sin
embargo, la escuela sigue siendo un arma bastante potente contra la ignorancia
y la intolerancia. Para que los niños no se decanten por interpretaciones
rápidas y maniqueas del mundo, de las que se nutren los radicalismos de todo
tipo, y acepten que el mundo es complejo, que nada es todo negro o blanco. Para
que puedan desarrollar su capacidad a pensar libremente y no desperdicien la
oportunidad de hacerlo.